domingo, 22 de mayo de 2011

Movido por la quietud.

Hoy, después de haber decidido rimar 'sol', 'amor' y 'corazón' digo algo que se le parece a un adiós.
Sí, adiós. Un adiós 'por mí, por ti y por todos', como diría Javimobo. Por los límites sin fin que carecen de principio. Porque tú no puedes cambiar tu pasado y yo no quiero parar mi futuro.

Huyo, no ahora por la puerta de atrás, pero me voy. Huyo, sí, huyo. Movido por la quietud, decido dejar ir lo que ya no se mueve. Porque nada fue igual desde aquel maldito año. Maldición, 1897. Maldición, los sentidos explotaron demasiado fuerte aquel maldito año, y, maldición, la onda expansiva destrozó todo a su paso.

Cuando éramos bendición me acostaba pensando en ti, para que aparecieses en mis sueños, y para que tu imagen fuese lo primero que endulzara mis despertares. Por aquel entonces te di la mano muchas veces, tantas veces como veces me la soltaste. Y así fue lo que nunca fue, lo mismo que nunca será. Y tu piel son escamas, que me recuerdan a los días de sol con mis gafas, a la arena de la playa y al 'Una Semana en el Motor de un Autobús'. Y no hablemos de tus ojos, porque tus ojos son tus ojos.

Maldición. No puedo quedarme. La inmovilidad hace que me retuerza. No puedo, ni debo, ni quiero, ni sé quedarme quieto esperando algo que el destino y tú habéis pactado que no suceda.

Mientras, el Emperador Jorge II juguetea con el putrefacto y descuartizado cuerpo de J. Ícaro. Qué inútil. Quiere devolverlo a la vida. Siente frío. Su atmósfera, cargada de incertidumbre y toxicidad, se disipa, una nube negra en un día claro. Al fin y al cabo, ¿no murieron todos en 1897?
Sí, siempre sí, pero ahora no. Antes de que los retales de sueño se conviertan en atisbo de pesadillas, te digo adiós. 

De todas formas, quién sabe. Porque, y vuelvo a citar a Javimobo, dignamente 'adiós' es 'hasta luego'. Y la dignidad me corroe. 
Creo, claro. Creo, creo, creo. Siempre creo, creo.
Dulces sueños, descansa cosa, se acabó la a-ventura.

-Por cierto, mi nombre sigue siendo Sísifo-

Yo al bucle de tu olvido,
tú al redil de mis instintos.
Maldita dulzura la tuya.

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