domingo, 16 de octubre de 2011

Quiéreme, quiéreme, y viceversa.

No sé cómo decírtelo. Tengo miedo al apocalipsis, a caer por el precipicio que separa nuestras vidas. Podría morir antes de solar las dos palabras. Soy un cobarde. Y me odio por serlo. Y te amo sin quererlo, como el que sin querer rompe un plato. Nena, soy un cobarde, ese cobarde que te desea en la oscuridad de tus noches, el mismo que se refugia en la luz de tus días. Soy un cobarde, no te miro a los ojos. Debería empezar a vivir con el miedo que me provocan los fracasos. Francamente, me  flaquean las piernas. Apresúrate, me caigo, y si yo desaparezco no habrá quién te coja.
Vivo con el miedo de no tenerte, y lo que es peor, vivo con el miedo de saber que no te tendré. Vivo y muero a cada segundo, y resucito sólo para ser feliz contigo.

Podré pensar que se acaba el mundo, chica.  Sentiremos el viento en la cara cuando crucemos los Estados Unidos de América en ese descapotable que alquilaremos en nuestro primer viaje juntos. No voy a hacerme el chulo sólo porque venda. Pero, vámonos. Vente al universo paralelo de mi mente, y quiéreme. Encontrémonos en algún lugar del mundo y quiéreme hasta que éste acabe. Y abrázame, que yo prometo no soltarte, ni decirte que es inerte y que me moriré sin verte desnuda. Hagamos de esto una locura física hasta destrozar el esquema de la bola que gira en torno al sol que nos despertará cada mañana cuando entre por mi ventana.  Seré pequeño y diré adiós a los sucios complejos. Por Dios, cuídame.  Salgamos a fuera, donde todos puedan vernos, que seremos invisibles a la mirada de la gente que camina.

No tengas miedo, sólo quiero ser toda tu vida.

Quiéreme, quiéreme, y viceversa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario