No gritan, pero jamás se van. He aprendido a ignorarlos, a veces durante días, pero luego giro mi cabeza y el ambiente se vuelve luctuoso, dejando a un lado lo mirífico del momento y el lugar. Proscriben los sentidos y el silencio se hace dueño de la situación, y se implanta en mis oídos evitando que cualquier sonido entre por ellos. Veo a los demás reír, y por más que me esfuerzo, no consigo distinguir a ningún fantasma tras sus espaldas. La angustia me invade por momentos y vuelvo a tener la sensación de caer y caer y caer y perderme en la nada infinita de mi recorrido. Maldigo al mundo unos mil millones de veces al ver el hediondo panorama... y vuelvo a la realidad.
Qué poco me falta para tocar el cielo, y qué lejos estoy de hacerlo.
Ven, despiértame y házmelo sentir, por una vez,
de nuevo. Y sabes que podré volver.
de nuevo. Y sabes que podré volver.
Nos acercamos tanto a la felicidad y no llegamos ni a rozarla, es tan facil sentirla durante cortos espacios de tiempo, pero no alcanzarla en plenitud y sabemos que cuanto mas nos acercamos a ella mas estan "los fantamsas" para impedirlo y crear comecomes en la cabeza.
ResponderEliminarMe encanta el post ;)
saludos desde http://granadinoserrantes.blogspot.com/
Creo que todos tenemos fantasmas de esos de los que hablas, lo que ocurre es que al ver a los que nos rodean reír, la atmósfera se enturbia y los de los demás se difuminan, porque me imagino que sólo mediante la risa se los mantiene alejados. También pienso que esos "fantasmas" no son más que impedimentos disfrazados que nos ponemos nosotros mismos, pero bueno, supongo que hay de todo.
ResponderEliminarSaludos ^^!